Sueños de oro, del dormir y del desear que se duerman



La noche es para nuestros hijos un momento muy especial. No hay casi dos niños iguales en cuanto a ritmo del sueño en el curso de su infancia.

La capacidad de modificar nuestra actitud dependiendo del momento y de las circunstancias, será fundamental a la hora de cosechar éxitos o fracasos en la ardua tarea de responder de la mejor forma posible a las necesidades de nuestros hijos, de los papás, de la evolución positiva de nuestra vida familiar.

Todos necesitamos dormir, es una verdad muy sencilla.

Pero ya veis: nos encontramos con una verdad cierta, pero el hecho de que sea cierta no es por si sólo motivo suficiente a dar por hecho que se realizará.

Estará bien tenerlo en cuenta. Esto nos pasará a menudo.

Un niño salta de una silla y se hace daño, sería lo normal que ya dejara de saltar. Pues no. Es muy posible que al cabo de 5 minutos, o menos, vuelva a intentarlo. A pesar de que además del daño que se ha hecho le ha caído una buena bronca ¿cómo es posible?

Así empiezan nuestros intentos para "evitar" que vuelva a hacerse daño. Las estrategias y un variadito de acciones, una constante aproximación a la meta.

Hablaremos del tema de defender la integridad física de nuestros hijos en otro momento, seguimos con el tema del dormir.

Dormir es una necesidad compartida: quizás sea una buena forma enseñarle eso, que los papás también duermen, cuando él duerme y no desaparecen en un agujero negro. También nosotros nos vamos a la cama. A lo mejor no a las ocho de la tarde, pero por qué en alguna ocasión no acercarnos a sus horarios e irnos a la cama con ellos?

No sólo los papas no desaparecen, si no que la mañana siguiente y todas las mañanas vuelven a aparecer, como si la noche no hubiese existido.

A un niño de 12 meses explicarle las cosas con palabras es oportuno y necesario, pero otra cosa es que lo entienda o que le interese hacer caso de las palabras.

El sonido de la voz, la tranquilidad y lentitud, el tono pausado, sin duda le ayudarán, pero lo que desea es ver con sus propios ojos lo que pasa. Cada niño es distinto, como explico más adelante a propósito de mi hija pequeña, pero consideremos la indicada como una opción posible.
También recuerdo que aquí hablamos de los niños que tienen alguna reticencia para irse a la cama a dormir. Por supuesto si vuestro hijo o hija se duermen sin más, aceptan tan tranquilos el irse a la cama, a la cuna, al lugar de los sueños, pues qué suerte! Ya está.

¿Nos hemos parado un momento a pensar? En los primeros días de estar con el peque, en China (o en otro país) en las semanas y después en los meses a seguir: ¿cuantas variaciones ha habido en nuestros hábitos?
Las primeras dos semanas estamos todo el día con ellas, dormimos en la misma habitación, a veces en la misma cama, estamos allí contemplándoles... poco a poco, a veces de forma bastante rápida, descubren lo bonito que es tener a alguien que constantemente te quiere y te cuida.

Vuelves a casa y ¿qué pasa? Responderos a esta pregunta. Recordad lo que ha pasado.
Las primeras semanas hay que tenerlas en cuenta como un momento especial, su validez como patrón para el futuro funciona sólo en parte, también para definir la relación de nuestros hijos con el sueño tenemos que considerar esas primeras semanas como algo muy relativo.

También relativa tiene que ser la importancia que damos a la información de los hábitos de sueño que tenía en el orfanato o en la familia de acogida.

¿qué horarios tenían?

¿a qué hora se despertaban todos y a qué hora se iban a la cama?

¿Dormía la niña en la misma habitación que los padres en caso de acogida?

Todo esto, inevitablemente cambiará.

Tenemos que ser concienciados: los cambios serán profundos, tenemos que acompañarles mientras asumen que dichos cambios serán pronto su realidad definitiva, pero que de momento son algo extraordinariamente nuevo.

Nos tenemos que fijar en como viven nuestros hijos el momento de desaparecer en el mundo oscuro, silencioso y lleno de soledad, que es la noche y el dormir. Puede que sea un lugar lleno de tranquilidad o un espacio lleno de dudas sobre su duración, repetición o interrupción.

Las primeras semanas hemos dormido muy cerca de ellos, en una cunita en la habitación del hotel, contemplándolos y mimándolos todo lo necesario.

Volvemos a casa... para los peques no se trata de ninguna vuelta, si no de un nuevo viaje hacia lo desconocido. Tienen alguien que les acompaña, pero esas dos semanas que para nosotros son el culmine de una larga espera y de tantos deseos, son para ellas, para ellos, el comienzo de una relación de la que saben poquísimo.

Nuestros hijos aprenden rápido, pero los instrumentos de comprensión que tienen, se basan sobre la experiencia acumulada.

Una cuna en un orfanato, con una cuidadora que aparece de vez en cuando, es escasa experiencia de vida.



Todo esto será bueno no olvidarlo, no para vivir con agobio nuestros primeros meses, si no todo lo contrario, para hacerlo mejor. Nuestros hijos tienen que aprender casi todo y nosotros tenemos que ser pacientes maestros. La paciencia no significa la concesión de todo lo que piden, significa no enfadarse si no entienden lo que queremos. Ni enfadarnos con nosotros mismos si no somos capaces de explicarlo como convendría.

Seamos capaces de perdonarnos a nosotros mismos algunos errores, qué todo el mundo los comete y tiene hasta derecho a cometerlos. Así que con este generoso perdón seamos al mismo tiempo cocientes de la equivocación y de la necesidad de un cambio de estrategia.


¿Cuando? ¿Cuanto tiempo nos hace falta para decidir que así no funciona?

Pues esto no os lo puede decir nadie que no viva el día a día, las horas a horas junto con los pequeños.

Una cosa sí que hay que remarcarla: el ritmo rápido de nuestras vidas, y máxime en las ciudades, no hablemos de Madrid y Barcelona, tienen que ser el ejemplo en negativo, lo que no hay que seguir.

No pretendamos de nuestros hijos los tiempos de reacción que nos pretenden los jefes en el trabajo o que nos imponemos a nosotros mismos en ara de la productividad.


Damos otra vez un paso atrás. Viaje de vuelta. Acabamos de entrar en el hogar: hogar dulce hogar. Para nosotros.

¿Los peques?
No tardarán en darse cuenta de lo cómodo y bonito que es su nuevo hogar, ciertamente, siempre que no se asusten por unos colores chillones, una avalancha de gente besucona, un perro cuyas intenciones hay que comprender, una cama aislada del resto del universo y tan lejana como puede ser una línea de oscuridad y silencio que nos separa de todo lo bonito que existe allá, fuera de la puerta, en el pasillo que se come en un momento a mamá y a papá.

¿Volverá mamá?

Te quiero aquí mamá, cerca, que me hables y te vea, que te sienta.

Si te vas no me gusta. Lloraré y me desesperaré.

Lloraré tanto que ya me habré olvidado del por que estoy llorando.


La mamá y el papá entran el la habitación, están enfadados... ¿por que se enfadan conmigo si lo único que quiero es estar con ellos? Jugar con ellos, pasármelo bien con ellos?

Tengo que dormir, tengo que dormir... ¿por qué tengo que dormir?

Yo no quiero cerrar los ojos y no ver nada.


Estoy cansada... pero qué bonito veros otra vez aquí. Si lloro volvéis.

¿No vuelven? ¿No volverán nunca?

Mi hija mayor se despertaba 10 veces por noche.
Decidimos meter la cuna en nuestra habitación.

Estaba allí, a portada de caricia, sólo hacía falta un pequeño sonido para confirmarle nuestra presencia, muy a menudo el despertar era simbólico, otras más sólido, pero sin duda fue un gran acierto decidirnos por compartir el espacio nocturno.

Muchas veces se dormía con el sonido de la música, de nuestras voces hablando en el salón.

Siempre es un error acostumbrarles a dormir en el silencio más absoluto.


Hubo temporadas muy distintas, algunas de resistencia al sueño, otras de dormirse sin más.

Hoy, con siete años, es una niña que duerme tan profundamente que no hay quien la despierte. Pero que si pudiese irse a la cama de madrugada lo haría.

A las nueve y medio como muy tarde está en la cama, como sus hermanas.


V. ha sido siempre más dormilona, hubo una temporada en la que era ella misma a decir y decidir que quería irse a dormir. Caer por la noche, pero madrugar duro todos los santos días del año, sábados, domingos y festivos entre semana, sin saltar ni uno, a lo mejor a las 7 de la mañana, reclamando el ritual de su desayuno (nada del otro mundo, a parte la lucha diaria por el tipo de galletas disponibles y la infinita lentitud de sus movimientos).

Ahora con 5 años, intenta de vez en cuando resistirse al sueño, pero siempre pierde la batalla.

B. ha sido quizás la más dormilona. También por esto prácticamente no pasó por nuestra habitación, al contrario nuestra presencia la excitaba y al vernos, oírnos u olernos se le descargaba una dosis extra de adrenalina y no había quien la relajara otra vez.

Tiene su camita, pero le gusta dormir en otra distinta y a veces se levanta sola y nos la encontramos al acostarnos que duerme plácidamente en la cama de mamá y papá.

La llevo a su cama, a veces se enfada. Me siento un rato con ella, le doy una muñequita de trapo, le canto una canción , le leo una filastrocca...

Ya veis, cada caso es distinto.

Juego de adaptación y medición paciente de lo que hay que conceder y lo que no.

¿Difícil?

Pues claro que sí, como os voy a decir que no, si al final el truco para entenderlo todo es este: ser papás no es fácil y necesita de dosis mega de paciencia.

Por la noche, de todas formas, preferiblemente el encargado de indicar la vía hacia el descanso es quien escribe. Entre los dos el más duro, o el menos blando que digamos. Con las tres he aplicado dosis distintas de firmeza y concesiones.

Las mayores con 7 y 5 escuchan con interés cuentos hasta un poco difíciles, y se duermen, generalmente sin más. Contar cuentos, cantarles, hablar con un tono de voz tranquilo... habría que hacerlo todas las noches.

Cuando llega la hora de dormir, hay que irse a la cama. Con cuento o historia si es pronto, siempre. P. ahora quiere escuchar a menudo un cuento que ha escrito el papá, en italiano: Caterina, mille chilometri di capelli.

Nada de televisión antes de irse a la cama.

No hay que mal acostumbrar a los niños, declaración de principio que hay que tomar con todas las precauciones, tampoco tenemos que convertirnos en tiranos, por ejemplo puede ser verdad que cogerlos en brazos a la mínima amenaza de quejarse puede pasarnos factura, pero tenemos que buscar el término medio útil para evitar de pasar de la tiranía al exacto contrario ser víctimas de tiranos.

Si en estar permanentemente en vilo. Olvidando nos actitudes rígidas que son a menudo fruto de la debilidad y de los sentidos de culpabilidad.


Cuando seamos capaces de darnos cuenta de la razón por la que actuamos de una forma que ni a nosotros mismos nos convence, pues habremos dado un buen paso adelante.

A quién no le ha pasado alguna vez de sentirse mal... martirizando con crueldad a nuestros pequeños... acabamos sospechando que el miedo les atenaza en su llamada es desesperada y al ir cargados de buenas intenciones, mirar a la cara a tu hijo y ver que sonríe casi con sorna, pues ya se sabe... son niños.

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