un viaje siempre son muchas cosas

Nuestro viaje a China, verano 2008.
Sigo la narración empezada e interrumpida hace unas semanas.

Nos planteamos un viaje con muchas expectativas.

De pasarnoslo bien, de romper con la rutina, de conocer nuevos lugares, de conocer a las personas, su realidad y en su propio espacio.
Deseabamos reforzar los vínculos con un país excepcional.

Volver a los lugares conocidos, para descubrir las novedades y recordar todo lo visto.
Empaparnos con China y su gente.

Aclaremos: viajar para aprender y sumergirse en el espacio privado de sus habitantes es un plan demasiado ambicioso y casi poco realista, con los ritmos viajeros que llevamos en estos tiempos... Cuando se viajaba meses o años, con etapas de semanas y semanas en un mismo lugar, sí que podías esperar de llegar a tocar algo más de la superficie.

Pero hoy...

A pesar de lo dicho, no todo está perdido, mucho depende de la actitud y de las curiosidades de cada cual.

De los encuentros, de la disponibilidad a escuchar y a prestar atención a los que pasan y a lo que sucede a nuestros alrededor.


Si viajas con niños, o con muchos niños, cómo fue y es siempre nuestro caso, tendrás que adaptar necesariamente el ritmo y admitir renuncias, una detrás de otra.


El principio de la adaptación y de la mente abierta es uno de los secretos del viajero y del éxito de cualquier viaje.

Si somos capaces de no olvidar este aspecto, dos que son lo mismo: adaptación y mente abierta, pueden pasar mil cosas, y pasarán, algunas o muchas hasta desagradables, inesperadas e indeseadas, pero el tiempo y la memoria, poco a poco, preservarán y moldearán una visión del conjunto que, en definitiva, será más exacta de lo que fue el viaje.
Una visión limpia de la suciedad de detalles inútiles.

Cuenta más esta visión, y es más certera, que la influencia aparente del presente inmediato, cuando, por ejemplo, has discutido por una tontería y el enfado te está amargando unas horas. Hecho inevitable, por cierto.


Eso se olvida.

Y lo que queda son los ojos llenos de imágenes, el espíritu lleno de emoción y la cabeza llena de recuerdos, las ganas de volver o de repetir la experiencia.

Las libretas cargadas de notas y el disco duro de jpg

La primera imagen que abre esta entrada la he tomado en Chengdu, primera etapa de nuestro viaje, si bien comentaré algo del aeropuerto de Schirpol, donde pudimos observar un ejemplo de civilización y convivencia que no se me olvida: en el Centro de meditación y silencio, que ofrece el aeropuerto, junto con muchos espacios de uso libre, pudimos ver un cristiano rezando, un musulmán que se preparaba para hacer lo mismo, dejando la maleta en la entrada, quitándose los zapatos y dirigiéndose con sus zapatillas a un espacio donde lavarse los pies, otra persona que hacía yoga, y dos callados y curiosos asistentes, todos en el mismo espacio...

Esto es posible en este mundo.
Qué pena que no lo sea en cualquier lugar del mundo.

La primera foto, decía, está tomada en el Museo de Cerámica en un callejón de entrada a la zona donde surge el templo de Wenshu.

La segunda foto es en el hotel Yinhe Dinasty, donde nos alojamos.


La tercera, con las niñas sentadas en un rellano de la escalera del Pabellón, está tomada en el "Parque del Pabellón para Admirar el río" un lugar muy agradable, que se merecerá una entrada a parte, por los bambú, la poetisa Xue Tao, por las vistas del río, por el sonido de las cigalas, por los jugadores de Mahjong, bajo la fresca sombra de los arboles... y el té, y cientos de personas aparentemente interesadas sólo a sus fichas de mahjong, a buscar un poco de refrigerio frente a enormes ventiladores, hasta que se desata otro espectáculo con la llegada de la comida que atentos camareros van cargando y llevando a las mesas de una forma muy eficaz, cómo podéis ver en estas últimas dos foto.

Lo mejor de un viaje es su memoria.
Bueno, cuando se escribe es necesario utilizar afirmaciones contundentes, para no aburrir el lector con demasiados a veces, en algún caso, con los casi siempre.
Pero es cierto, que si esas horas en el parque fueron de lo más agradable, es también indudable, por que es lo que siento mientras escribo, que ahora, cerrando los ojos y rebobinando a cámara lenta los detalles de aquel día, no dejo de disfrutar con el recuerdo.
Todos pudimos disfrutar, menos Michi y su pequeña, que tuvieron que volver al hotel por los efectos de un virus, casi seguramente traído de España, que quitó a Carmen la energía para participar a pleno ritmo, el suyo, en unos días de estancia sichuanesa.

Comentarios

  1. Me encantan tus relatos del viaje. ¡Qué ganas de ir!:)
    Un saludo
    Mar

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