Un mundo abierto


Desde hace tiempo le doy vueltas a un tema que no deja de plantearme dudas, y cada vez más fuertes.
Un tema que más de una vez he tocado en este blog.

Hace años, cuando empezaba los trámites de adopciones, me parecía razonable la idea que los niños declarados adoptables, por las no pocas razones que existen para declarar adoptable a un niño, tuviesen que estar preferiblemente en su país de origen y que la adopción internacional fuera una medida subsidiaria de protección del menor.
Esta filosofía impregna a las normas legales más conocidas destinadas a la protección del menor.

[El hombre necesita de certezas, sólo los más sabios pueden sobrevivir conviviendo constantemente con la duda.
Sólo los más sabios aceptan que no existen certezas y llevan a las mejores consecuencias este postulado.
Las mejores consecuencia son que no hay que prejuzgar nunca nada con rigidez hasta conocer más directamente el caso por caso.
No soy abogado, así que sólo puedo preguntarme si es cierto, lo que me parece serlo: es decir que sólo las mejores leyes evitan un postulado demasiado rígido, dejando espacio al juez que quiera y sepa ser justo, encontrar la mejor sentencia. Los jueces son tan débiles e imperfectos como cualquier humano, y allí vuelve a dar vueltas la rueda... con la diferencia que un juez decide de la vida de los demás.]

¿Cuanta y qué distancia existe entre 1) la afirmación que los niños desamparados siempre y de todas formas están mejor en su lugar de origen y 2) las leyes que obstaculizan e impiden la circulación de las personas y que peligrosamente se acercan a postulados de exclusión, cuando no directamente al racismo?

Los que defienden que un Estado tiene derechos sobre sus ciudadanos están defendiendo, con otras palabras, diferentes sólo desde un punto de vista proporcional, que los padres tienen derecho de propiedad sobre sus hijos, lo hagan bien o mal.

Están reivindicando el valor del lugar y de la sangre.
Valores que no comparto. Más bien todo lo contrario.

Quién me conoce sabe los sentimientos que siento hacia el País donde han nacido mis hijas. Algo más que profundo respeto, algo más que profundo interés, algo más que agradecimiento. Alrededor de China se mueve quizás lo más valioso de mi vida.

Aclarado esto, quiero conectarme a otro tema, que es ligado a esa duda planteada al principio, y que lo es siempre menos, en realidad.

Abrir las puertas a la búsqueda de los orígenes, si deseada, es no sólo oportuno, es positivo y necesario, pero empecinarse sobre el valor absoluto de las raíces y empujar uno a esa búsqueda, cuando la persona interesada no demuestra interés, o criticarla por no mostrar interés, es una forma de radicalismo y es negativo.
Se vislumbra en esa actitud la necesidad de unos de llenar vacíos que a lo mejor no existen, necesidad creada para esconder otros vacíos, y es dar peso al valor de la sangre, con características cambiadas, o camufladas, pero coincidentes en su esencia.
No somos plantas, nuestra semilla puede nacer en un terreno, y el trasplante no tiene por que significar un riesgo de vida, si no una oportunidad de futuro, un viaje cargado de oportunidades.

Recuerdo la intervención, en un Congreso sobre adopción al que asistí hace unos años, de una representante de la administración creo sueca, que relataba cómo hubo en su país una especie de moda del viaje del retorno, en búsqueda de unas raíces que una parte de los jóvenes y adolescente, adoptados cuando eran muy pequeños, no sentían en absoluto.

Más de uno de aquellos adolescentes, preguntados privadamente, respondían claramente que lo hacían para complacer a sus padres, pero que ellos, en el fondo hubiesen preferido irse de camping con sus amigos.

A la vuelta comentaban el profundo malestar sufrido por dudar si ser y sentirse de un lugar y al final también del otro, sumergidos en una espiral de dudas provocadas por un planteamiento equivocado de ese viaje.
¿Eran hijos de qué lugar?
Ese lugar desde donde se habían alejado hacía tantos años y donde ahora la gente les miraba con cara rara, por ser en las facciones parecidos, pero en todo lo demás: idioma, gestos, actitudes, juicios etc. etc. muy diferentes
¿Es un lugar en sí tan fundamental?
¿Qué peso hay que darle en el conjunto de una existencia?

Ese viaje, con la exigencia de volver a atar cables, acababa siendo un fracaso absoluto para muchos. Para casi todos los que no lo habían realmente deseado y hasta para algunos que sí lo habían pedido desde un principio.

En el fondo, con toda la aparente buena fe y deseo de bien, aquel montaje era una forma de esclarecer inseguridades de los padres, mientras que para algunos hijos significaba un empuje a dar ciertos pasos que resultaban inoportunos y a destiempo.

¿Tiene que ser necesaria, común y obvia para todos la tendencia a buscar raíces en un lugar ya lejano, por el que se siente sólo poco más de un oportuno respeto?

¿Qué necesidad hay de buscar en otro sitio unas raíces que en realidad se han hecho fuertes y han prosperado en el lugar donde uno ha crecido, se ha educado, ha sido amado y ha amado...¿?

Toda teoría aplicada generalmente y a todos, corre el riesgo de no ser una solución y de transformarse al contrario en una jaula.

Lo que relato arriba, no quiere ser otra jaula al revés. Quiero ofrecer esta reflexión cómo alternativa a una posición muy difusa: la oportunidad y necesidad casi obligada de sentirse atado para siempre a un lugar de nacimiento, y atado con cuerdas tan gruesas que hasta impiden los movimientos.

Puede simplemente que uno esté bien en cualquier lugar del mundo, sin renunciar a nada, pero sin exasperar una cosa ni la contraria.

Puede que sea sano y sabio plantearse siempre la duda sobre lo que conviene, en lugar de vivir de certezas falaces, basadas en lo que otros han supesto tienen que convenir a todos.

Mis hijas son pequeñas, cuanto todavía nos queda por descubrir, cuantos cambios, cuantas experiencias para disfrutar...
Pero creo que las tres no vivirán de la misma forma, como ahora mismo no viven de la misma forma las cosas aparentemente parecidas que les pasan y le han pasado, también el hecho de haber sido adoptadas, como todo lo otro que compone su existencia.
Ser hijo adoptado no tiene que ser una categoría fija e inmutable, que te obliga a ciertas reacciones y a ciertas actitudes, iguales para todos los hijos adoptados...
Si así fuera sería mucho más fácil enfrentarse a ciertas situaciones, y no lo es.

Cómo sabéis ya hemos viajado a China, cuando mis hijas tenían 9, 7 y 4 años. Muy pronto para que pudiesen aprovechar del viaje, comentaba alguno.
Depende de lo que te esperas y por qué viajas.

Desechamos el peregrinaje por los orfanatos y planteamos disfrutar de algunos de los miles lugares de ensueño que ofrece China. Viajamos para hacer un viaje bonito.

Un viaje bien diferente a la idea que muchos tienen de qué tiene que ser y cómo tiene que transcurrir, además de aportarnos, ese viaje que comunmente se llama de las raíces (tendríamos que buscar otro nombre), viaje que además se ve generalmente como mucho más complicado y costoso de lo que es realmente.

Había ciertamente un plus, respecto a un viaje de turismo. Viajamos para que disfrutando de China se reforzara la seguridad en si mismas de las niñas. El razonamiento es sencillo: "Si veo con mis ojos que China es preciosa, cuando uno que nunca la ha pisado me dice que es fea, no le creeré por mucho que insista".

Los niños están bien donde son amados, respetados y acompañados con cariño, dulzura y sólida seguridad familiar.
Y la mejor familia del mundo puede encontrarse en todo el mundo y sería menos difícil acertar a encontrarla si esta idea fuese compartida por todos y aprovechada.
No es así.
Las diferencias siguen considerándose mucho más cómo un obstáculo que como una oportunidad.

Vuelvo al principio. No me convence que los niños estén mejor en su entorno original, siempre y en todo caso. Empecemos desde el principio a pensar que puede ser sano y bello que que un papá inglés pueda ser un estupendo padre de un niño nacido en España y tutelado por una institución de este país. O que una madre española pueda ser una magnífica madre de un niño italiano. O una madre australiana de un niño de Francia....

Si miramos el riesgo que podría suponer favorecer a los criminales que trafican con personas y con niños, podemos ver otro aspecto positivo de esa utopía. Un mundo más abierto empobrece a los traficantes.
Renunciando a la idea de luchar por un mundo sin barreras flaco favor estamos haciendo a la justicia, por que hay quien gracias a esas barreras sin dudas se lucra.

Pero es más fácil cerrar las puertas y protegerse de lo diferente. Y sacar tajada de todo.

Si contemplo mi familia no puedo pensar otra cosa.
Y reivindico la belleza y el valor ejemplar de ese mundo abierto, algo que puedo ver en nuestras casas.

Parece ser que en España hay 15.000 niños y chicos tutelados por el Estado (cómo dice en la entrevista, citada ayer aquí mismo, Jesús Palacio, y publicada en Diario de Sevilla).

Comentarios

  1. A mi siempre me ha gustado decir que soy ciudadana del mundo ante la pregunta ¿de donde ere? y cuando comento que "soy de donde vivo y en donde me siento bien y que una anecdota y circunstancia de mi vida es que nací en España y en Sevilla" me tachan de no querer a mi tierra. Flaco favor se hacen desde mi punto de vista los españolisimos, o los ultras de donde han nacido. Para mi eres del mundo, en este momento de donde vivo y siempre de donde me quieren. Pero ese razonamiento es peligroso para los que nos gobiernan que miden el valor de un pais en cantidad de ciudadanos y no en calidad, por eso en la adopción siempre conviene que sea nacional, para ser más que no mejor. Un mundo abierto, sin fronteras es un sueño que empieza a hacerse de verdad cuando las familias se hacen multiraciales, multiculturales o simplemente diferentes a la familia tradicional. Para mi el origen es una parte más del individuo, el crecimiento otra, y lo que llega a ser es lo importante.... donde se hace u ocurre cada cosa una anecdota, lo verdaderamente importante y nuclear lo que uno siente y como lo siente y quienes te han hecho o ayudado a ser lo que eres y a completar o mejorar tu proyecto de vida. En mi caso de esa gente que se ha cruzado muy favorablemente en mi camino haciendome ser quien soy solo un porcentaje muy pequeño comparte genes conmigo y son de mi tierra, es decir, son de muchos lugares, no estan en "mi lugar de origen". Para mi la diversidad es fundamental, en mi vida y en mi forma de concebir el mundo, mi visión de él. Ni mi pais es el mejor o el peor, ni el de mis futuros hijos porque simplemente lo mejor para alguien no esta escrito y depende del momento como bien decia un profesor mio la radicalidad de la defensa del pais de origen de cada uno " se cura viajando".
    gracias por esta entrada, fantástica reflexión.
    laura

    ResponderEliminar
  2. Fantástico texto. Estoy de acuerdo que el viaje de las raices pueda ser más un deseo de los padres que de los hijos. A mi sí me gustaría conocer la ciudad donde nació mi hija. El otro día ella me empezó a hacer preguntas, sobre sus progenitores, que no había planteado casi nunca. Tiene 7 años y si hasta ahora no parecía tener mucho interés en su historia, creo que esto está cambiando. Le pregunté si quería ir a China y su respuesta fue que hacía demasiado calor allí ;) Es lo que algunas veces me ha escuchado decir a mi de Cantón en el mes de agosto. Siempre le he contado lo maravilloso que fue ese viaje, pero también el calor, el tráfico...

    En fin, que por el momento, creo que no tiene necesidad de ir a China. Mucho más le importa ahora mismo tener un hermano y eso ya es otra historia.... palabras mayores....

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias por dejar tus palabras. Los comentarios se agradecen y animan!

Entradas populares de este blog

Nadie es prescindible

Madre, hijo y Eckhart Tolle