infancia, fotos y dromedarios




Etiopía es un país de niños.

Hemos recurrido cientos de kilómetros (en realidad la suma supera con creces los mil, la mayoría de pistas que sólo admiten un 4x4 y en buena forma!) y hemos visto un numero infinito de pequeños, pequeños muy pequeños, pequeños medianos, pequeños ya no tan pequeños... Muchos.
Nos ven llegar desde lejos y levantan los brazos, abriendo y enseñando la palma o las dos palmas en signo de petición.
Siempre piden algo.
Llegan a matacaballo desde lejos, saltando descalzos entre piedras o apareciendo de repente de una plantación de sorgo, de unos falsos plátanos o del recinto de sus cabañas.
"Hello, one birr, one birr!

Birr es la moneda local. 1 euro igual 18 punto 4 birr al cambio del 14 de abril 2010.

"Farenji, farenji!! Jailán jailán" así me sonaba a mi por lo menos.
Farenji es blanco extranjero, jailán, o como se escriba, indica botella, la botella de agua, el contenedor vacío, preciado más que su contenido, al contrario de lo que valoré equivocadamente al principio.
Un contenedor de plástico al que se pueden dar muchas utilidades: venderlo a otro niño, llenarlo de agua, de leche o de cualquier líquido o solido fino (harina por ejemplo) y transportar ese contenido sin desparramarlo.
Un objeto de gran valor, en definitiva.
Todo lo que existe tiene un valor relativo, crece ese valor cuando el bien escasea, se reduce cuando se encuentra en abundancia. Nos sorprendemos cuando las cosas son muy sencillas.
Quizás por que a nuestras latitudes a menudo la sencillez se hace complicada.

En farenjilandia una botella de agua vacía es un problema, un problema de contaminación y reciclaje.
En Etiopía es el tesoro deseado por todo niño.

Los sentimientos se mezclan.

Lamento en silencio esa actitud pedigüeña tan automática, y no tanto por la molestia que supone, me daría yo mismo un par de tortas para despertar a la realidad, si me dejara llevar por ese tipo de molestias.
No, lamento esa actitud por las consecuencias más generalas que definen el pedigón, por su falta de amor propio, de autoestima, por la deriva de una energía que no queda, no encuentra camino hacia la mejora y el crecimiento. Que a menudo desemboca en la agresividad. Me pilla cierta rabia de impotencia, cosa mía, también.
Filosofía barata... quizás.

Todos, mejor, muchos entre los que hemos viajado lejos del primer mundo, nos hemos puesto en algún momento ciertas preguntas, buscando una explicación, en una investigación más bien estéril, cazando un equilibrio aceptable entre sentimientos de culpabilidad, ridículas asunciones de responsabilidad, hasta genética, clima, política, macro economía, antropología, historia... etc. etc. etc.
Todavía me queda un rato para encontrar esa apariencia de paz que nos ofrece el creer en un descubrimiento, o en el olvido.
El equilibrio no existe, sencillamente.
Si un hombre grande le da un puñetazo a un niño, no hay que buscar "de quién es la culpa" salta a la vista que los efectos y las consecuencias quitan todo valor al proceso.

Creo que la próxima vez que viaje a Etiopía dedicaré unas tardes a la masticación de chat. Me dicen que a uno se les aclaran las ideas y que se hace parlanchín.
A lo mejor es la única forma para esclarecer la obscuridad de las dudas.
En este viaje no han hecho más que multiplicarse, y todo lo que me entraba por los ojos, la nariz, y los oídos me provocaba un profundo efecto silenciador del habla.

Callaba, por que todo lo que pensaba decir o comentar se me resecaba en la punta de la lengua, pareciéndome inapropiado, banal, simplón. Como lo que ahora escribo.

Hay sensaciones que no se explican.
Se ven, se huelen... y hay que verlas y olerlas y punto.
Pero a uno le entra la necesidad también de elaborarlas, se enfrenta a ellas poco a poco, y transformándolas en palabras, compartiéndolas parece que se hacen más soportables si no ligeras.
Además pasa el tiempo y la distancia ayuda a liberarse de ciertos pesos. Allí me aplastaban, quitándome el aliento necesario a la conversación.

En más de un pueblo nos intimaron de no dar dinero a los niños, ni para compensarles de su labor de modelos.
"Para no malcriarlos" explicaban. Escalofriante paradoja.
Nos lo repitió 4 veces un jovencísimo guía local en Konso, que para demostrarnos su buen criterio educativo acababa de cortar una rama de un árbol con la derecha y con la izquierda sacar de un tirón todas las hojas.
Por suerte la agilidad de los niños y sus reflejos fueron más rápidos de su brazo a pesar de la estrategia aerodinámica aplicada a la rama.
En cuantas ocasiones habré guardado en su funda mi cámara de foto, pareciéndome inadecuado e injusto retratar lo que tenía delante de mis narices.
Pero las imágenes ¿verdad? se explican mejor de 100 ensayos, y cuando me acordaba de esta cosa, pues venga, a sacar la cajita con objetivo.

Los niños se prestaban a ser fotografiados mucho más que los adultos.
En algunos casos un caramelo era recompensa muy bien recibida. Querían ver el resultado, y reían, se tronchaban viéndose retratados en ese cuadrito de unas pocas pulgadas.
Otras veces era uno, dos o más birr lo que pedían.
Casi nunca nada o la simple demostración de la foto hecha, pero también.

El tercer día de estancia, mientras nos dirigíamos al Lago Langano, cruzó la carretera un hato de dromedarios: "para, para" le decimos al chofér, salimos torpemente del coche desenfundando la cámara y hete aquí que los tres pastores empiezan a gritarnos gesticulando tajantes noes.

Guardo la cámara, pero el chófer me dice "no problem, no problem!!" acompañando la palabra a un gesto de: "saca la cámara, miedica!! y haz fotos que no pasa nada"
akuna matata...

Yo, confiando en su buen criterio vuelvo a sacar la cámara y en esa los tres pastores recogen unas cuantas piedras que no salieron disparadas hasta nuestros cuerpos y enseres no sé si más por los gritos de nuestros guía y chófer, que por la rapidez con la que enfundé una vez más la dichosa cámarita de fotos.

Un camello puede valer mucho dinero y si alguien, especialmente quien esté a cargo de su cuidado, tiene el convencimiento que un inocente click puede ser al contrario una grave amenaza para la integridad de su alma, razón de sobra tiene para evitarlo a toda costa, aunque sea a cargo de un ojo del fotógrafo o del cristal de coche, mejor no probar la suerte...


Comentarios

  1. Sobrecogedor, uno sabe estas cosas, aunque no las haya vivido en primera persona se saben, se intuyen , se sienten... pero no es lo mismo leerlas y verlas así, desde luego creo que uno debe ser muy fuerte para vivir y continuar la monotonía de la vida dspues de esto de la misma manera.... no se, pienso que es un acto de valentía.
    gracias por compartirlo
    laura

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  2. Se me pone la piel de gallina cuando leo tus palabras. Y la espinita que tengo con Etiopía se hace más profunda....
    Entiendo que vivir lo que sólo intuímos debe estremecer el alma.... y el cuerpo.
    Un abrazo, Roberto.
    Carmen

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