Adolescentes... repelentes :-)
Copio en este post mi última colaboración con la revista/newsletter de la Asociación Familias Adoptantes en China: AFAC.
Un artículo con tonos y comparativas algo fuertes, según me han comentado algunos.
Tendrán claro, los que no se duerman antes de llegar al final, que el propósito era, justamente, ser políticamente incorrecto. De vez en cuando también los papás más o menos al día con las modernas teorías pedagógicas tienen ganas de soltarse un poco :-))
La teoría, con la que es fácil estar de acuerdo
Cultivar el optimismo es un arte.
El optimismo es un instrumento necesario y, al mismo tiempo, uno de los retos
más difíciles, ahora y siempre, de todas las paternidades. El optimismo nos
hace confiar en que, entre inevitables caídas, siempre tendremos fuerzas para
levantarnos. Las primeras, como se ha dicho, son inevitables, lo segundo
depende casi todo de nosotros.
No recuerdo dónde leí que la
mente humana está predispuesta, cuando reflexiona, para vislumbrar lo peor de
toda situación futura. Si eso fuera cierto entendemos el mérito y el trabajo
que supone mantener viva la llama del optimismo. Pero es un trabajo necesario,
un compromiso con nuestra vida familiar. Aunque esa llama se reduzca, por
pequeña que llegue a ser, debemos conseguir que nunca se apague. Esa llama de
repente, cuando nos hará falta, se transformará en un potente fuego
regenerador.
Ser padres es complicado. Cada
etapa de la vida de nuestros hijos tiene su especialidad. Una de las facetas
más comunes es ésta: justo cuando más urgente
resulta explicar lo difícil que es ser buenos padres, menos aptos son ellos para
escuchar nuestros aburridos o farragosos argumentos.
De muy pequeñito ¿qué van a
entender? Y de adolescentes ¿qué van a escuchar? Después llega nuestra vejez y entonces
son ellos que nos echan broncas por lo que hacemos o dejamos de hacer. Por los
caprichosos y maniático que somos, porque no escuchamos, por que pasamos de sus
buenos consejos. Nos ha pasado a muchos, pero nos olvidamos cuando nos toca el
cambio de papel.
Olvidar, un
instrumento oportuno, muchas veces. Contraproducente en otros.
Encontrar el
equilibrio… buff, qué complicado.
Tenemos los pies en épocas
diferentes, como siempre ha pasado entre generaciones. Más entre las familias
adoptantes. La gran mayoría somos bastante mayorcitos con respecto a la edad de
nuestras hijas. Por muchas razones: personales, administrativas, legales, cada
uno tiene sus motivos. Es cierto que no pocos hubiesen podido ser padres jóvenes
si la espera infinita de la asignación no les hubiese transformados, muy a su pesar, en maduros o lo siguiente, como dirían mis hijas.
La madurez puede ser de ayuda, si
aplicamos otro arte fundamental fruto de aquella: la paciencia.
El tiempo es un
potente solucionador de cuestiones.
Lo difícil es ser capaces de esperar.
La adolescencia trituradora de optimismo.
Muchas de nuestras chinitas han entrado de lleno en la
adolescencia. Esa fase en la que un dulce y cariñoso niño se transforma en un monstruo. Siempre hay excepciones. Suerte
para quién las disfruta, las excepciones digo.
Estamos muy bien acompañados los
que entre sonrisas de calidad variada intentamos mantenernos a flote en
ese océano de tempestuosas mutaciones hormonales.
El hijo adolescente es un ser
distante o exactamente lo contrario, con permanentes ganas de lucha cuerpo a
cuerpo. A menudo ambas cosas en espacio de segundos. Tiene, aparentemente, muy pocas ganas de contarte
sus intimidades, la guerra interior que está viviendo. Se mosquea cuando te
callas y se aburre cuando le hablas. Dice que pasas de él si no preguntas y te
regala un bufido cuando te interesas. No te da las gracias si recibe algo y se
molesta si no le agradeces la más mínima colaboración. Manifiesta
constantemente los infinitos derechos que nosotros padres pisoteamos y se hace
olvidadizo cuando les toca respectar ciertas normas. Al recordárselas pasa olímpicamente o abre una
batalla campal desenfundando todo tipo de arma de acoso y derribo.
Que si dices
A prefiere B, pero si hubieses dicho B te hubiera contestado A. Con que sea lo
contrario de todo: ¡ese es el camino! Que te mira, cuando tienes el
atrevimiento de acercarte para un posible beso, como si fueras un zombi
asqueroso, contagioso y mordedor. Que
quiere volar, pero en el fondo le encanta su cuevita llena de todo (en el suelo),
su conexión rápida a internet, su comida preparada y su ropa limpia. ¿A quién
no?
El adolescente repelente pretende
de sus padres una inteligencia, intuición, capacidades de comprensión asombrosas.
Tenemos que demostrarlo todo, porque ya no valemos nada. Somos una acumulación insufrible
de defectos. No tengo consejos para
evitar esto. Eficaces no los hay.
Un enfermo que parece terminal, al que ya no se le puede curar. Como mucho evitar dosis de sufrimiento. Su cuerpo le
provoca todo tipo de dolor y angustia. Pero ese cuerpo es lo que más desearía
mimar y quiere. Por suerte la adolescencia no es una patología terminal, aunque
es muy difícil en el día a día no caer en la tentación de creerlo. Comparte con aquello algunos
aspectos: impotencia y rebelión, cambios de humor continuos, sensación
definitiva, sufrimiento. Aparente seguridad extrema y real debilidad en todo. Sentirse
en derecho de aprovecharte de quién más te quiere y te cuida.
Amamos a nuestros hijos con locura. Podríamos hacer
cualquier cosa por ellos, aunque ellos actúen para llamar a gritos el exacto
contrario por nuestra parte.
¡Ódiame! Y punto.
Algunos, frente a esta
contradicción, petan. Es comprensible, quizás hasta más comprensible que la
actitud de la gran mayoría. Pero por suerte la gran mayoría,
incomprensiblemente, aguanta. No se rinde, ni se deja ir, a parte en momentos
puntuales e inevitables, a reacciones que serían un despropósito. Evita el
desastre de la ruptura. Son madres y padres pacientes, optimistas, llenos de
cariño y de razón. Han entendido que a veces un paso atrás es bueno o mejor.
Apartarse un poco cuando llega el escupitajo de hormonas adolescenciales es una
actitud cargada de valor y de sentido común. También es sentido común no
pretender evitar que se le acumule la saliva, ni que dejen de eliminarla, pidiéndoles
un sosiego que muy, muy pocos saben aplicar de verdad (hasta en la edad adulta, por cierto).
Los adolescentes repelentes
tienen la boca llena de piedrecitas y la producción de saliva es imposible de evitar.
Si no la eliminaran de alguna forma, acabarían ahogándose ellos mismos. La
escupidera es algo asqueroso, es normal sentir un sentimiento de rebelión
cuando te identifican por un objeto que, además y por suerte, está tan pasado
de moda.
¡A sufrir! Qué son unos cuantos miles de días.
Por cierto, a veces uno se queda
estupefacto cuando les sorprende repitiendo frases, comentarios o actitudes. De
vez en cuando parece que no saben sólo escupir. ¿Será una buena señal? A lo
mejor algo les queda de nuestras aburridas actitudes de padres cariñosos.
Un padre
de dos adolescentes y otra hija a puntito de serlo.
Me ha encantado,a ratos me he reído, en otros momentos he tratado salida por lo que se me puede venir encima.
ResponderEliminarMadre de una hija a puntito ser adolescente.😣
Qué cierto y real! Y las comparativas, acertadísimas desde mi punto de vista y experiencia con mi pre-adolescente...
ResponderEliminaracabo de leer esta entrada y me ha reconfortado mucho pensar que no somos tan raros, estoy ultimamente muy preocupada por el cambio que mi hijo está experimentando y lo mal que me siento. Mi hijo tiene 12 años que está comenzando este camino tortuoso de la adolescencia y ya me tiene cansada.
ResponderEliminarGracias por compartir esas experiencias.