Ensayo sobre la arritmia


En la sala de espera del Centro especializado Redcor, encontramos varias personas.
Sufren una reiterada situación de malestar.
Los síntomas no son unívocos y claros, cómo es propio de la mayoría de las patologías menores.

Diagnosticados confusamente de un posible trastorno del ritmo adquirido, reciben por el cardiólogo de turno, una hoja de alta en la que se sugieren una serie de hipotéticos problemas (casi todos conductuales), y otra serie de probables causas, cada cual en realidad más inconsistente.

Los pocos pacientes salen de la consulta profundamente confundidos.
A otros les ha pasado lo mismo: "Estamos mal, pero ¿por qué estamos mal?
Instintivamente, humanamente, se multiplican los razonamientos y las hipótesis, con conclusiones que van ahora en una dirección y pronto en la contraria.

Por casualidad, o no, un periodista presencia la situación.
Ofrece su tarjeta.
También los pacientes se intercambian correos y la misma tarde uno de ellos crea un grupo en Facebook: "Yo no me lo creo, seguro que pasa algo"
En pocas semanas el grupo cuenta con 2154 adeptos.

Los más guerreros establecen que es necesario lanzar avisos y hacer ruido.
"Seguro de que se trata de algo grave"
"Quieren escondernos algo"
"No sabemos nada, no hay información"

Tarda un momento en aparecer la palabra pandemia.
"Todos sufrimos, todos los demás sufren o sufrirán ciertamente del mismo mal. Hay que hacer algo"

El grupo crece y se transforma así, quizás sin darse cuenta, en el primer y más potente vehículo de contagio de esa supuesta patología que nadie en el fondo sabe exactamente como definir, por que presenta síntomas de los más variopintos, variados y confusos:
"Pero justamente por esto!! - concluyen - es más peligrosa".

Todo puede ser interpretado como efecto de, y es muy fácil caer en la duda de padecerla.

¿Qué tienen en común todos los supuestos afectados?

Lo que acomuna a todos ellos es un trozo de su historia, su pasado.

En algún momento de su vida su corazón latió al ritmo de otro corazón, un corazón que en un momento dejó de dar el la.
Se perdía así un ritmo común.
Las razones del alejamiento del primer corazón eran muchas y dispares.
La existencia del fenómeno remontaba a los tiempos de los tiempos, pero fue sólo en una época relativamente reciente que se empezó a teorizar sobre el evento.

De entre todos los enfoques posibles, fue el enfoque médico lo que alcanzó mayor relevancia.
Sin saber exactamente quién y como, parece que en un congreso de cardiólogos se decidió definir el fenómeno como: "Síndrome de la arritmia".

Una definición sin duda limitada a la parte quizás más sencilla, aunque también más evidente de la cuestión, pero que tuvo éxito por su fácil memorización.

Multitudes de cardiólogos afirmaban que la pérdida de ritmo era muy perjudicial para la salud de los afectados. Las patologías no sólo cardíacas consecuencia de esa falta de "ritmo compartido" y la afectación a otros órganos a menudo vitales eran evidentes.
Tanto que fue natural buscar una cura también en siglos lejanos, cuando ni se conocía con claridad la función exacta del corazón en la vida del género humano.

Desde las épocas más antiguas se demostró la eficacia de encontrar otros corazones: a través de la cercanía más estrecha la arritmia se resolvía. El corazón recuperaba el ritmo, un nuevo ritmo.
En tiempos y formas diferentes.
¿Cómo se llegó a descubrir este tratamiento?
Probablemente como cientos de acciones del hombre, a través de una afortunada coincidencia entre efecto y observación, lo que ha llevado al ser humano por un camino de mejoras en su existencia.

Si bien, de todos es sabido, este camino nunca es constante, y a menudo las recaídas en los errores, las acciones contrarias a lo evidentemente beneficioso, hacen retroceder la humanidad, a veces de gran espacios y muchísimo.

Cuando la ciencia evolucionó, los estudios demostraron con todo tipo de pruebas que la mejor solución a la Síndrome de arritmia era la aplicada empíricamente siglos atrás, si bien se intentó demostrar cuanto oportuno fuese aplicar algunas prácticas correctoras a la costumbre y a la tradición. A honor del vero, no hubo muchas resistencias a estos cambios.
Se trataba en el fondo de una evolución natural, casi obvia.

Cuando algo no sólo se conoce mas se define, también se multiplica la conciencia de su existencia, de su relevancia.

Una multitud de voluntarios ofrecieron sus corazones.
Fue un gran éxito. La salud y la felicidad consecuente fueron fuente de inmenso gozo.
Los afectados tenían que acostumbrarse al ritmo de un corazón diferente.
El proceso no era siempre sencillo.
Hubo rechazos, en algunos casos se descubrieron problemas de compatibilidad más o menos graves.
Los estudios empezaron a poner en evidencia estos casos especiales.
También consiguieron rescatar del olvido aparatosos fallos del pasado.
Le dieron fama a través de muchas publicaciones.
A pesar de estos casos la flamante eficacia del tratamiento no fue puesta en entredicho, por mucho tiempo.
Pero poco a poco se dejó de hablar de lo positivo.
En un proceso parecido a otras situaciones humanas, aquellos que vivían felices en su nuevo ritmo dejaron de contarlo, simplemente disfrutaban de su vida, con sus más y sus menos, cómo es propio de la vida misma.
Una serie de circunstancias especiales hicieron que en algunas zonas del planeta los problemas de arritmia se detectaran notablemente.
Coincidió también y por suerte, según la mayoría, un gran incremento del número de voluntarios.

Entre estos últimos las motivaciones expresadas eran varias.
De todas formas, para poder ejercer de voluntarios era necesario pasar previamente por un largo y duro procesos de pruebas para comprobar las reales capacidades de su órgano cardíaco y la ausencia total de patologías.

Muchos se paraban a la primera tanda de dichas pruebas, pero muchísimos otros seguían y aguantaban.
Un porcentaje elevado de voluntarios se contaba en secreto, entre ellos, que también sentían que su corazón latía mal, pero callaban este dato frente al examinador por miedo a ser excluidos.
Si las pruebas hubiesen sido mejor planteadas se hubiese detectado antes que existía una necesidad común a las dos partes.

No se trataba, en definitiva, de simple voluntariado, como más de uno había explicado en la fase de pruebas, si no de una necesidad casi vital.
Los expertos se dividieron entonces en dos bandos: los que consideraban que a efectos del buen resultado del tratamiento esa actitud era positiva y hasta una señal de éxito casi asegurado, y los otros que dudaban profundamente que una actitud sentimental fuese buena para enfrentarse a una cuestión puramente médica.
Las posiciones se radicalizaron en no pocos casos.

Los periódicos se cebaban con el tema, siendo a menudo los principales responsables de la transformación de un intercambio de opiniones en una diatriba.
La voz del grupo (reducido) de estudiosos que buscaban un equilibrio en el análisis del fenómeno se perdió entre los gritos de los más polémicos.

Algunos cambios políticos en zonas del globo donde más acuciante era la necesidad de voluntarios, determinaron el progresivo rechazo de los mismos.
Se encontraron tratamiento paliativos que podían parecer un forma de evitar las consecuencias más dramáticas de la arritmia.
Recibían el aplauso de los grupos de religiosos radicales que habían empezado a considerar una aberración el tratamiento contra la arritmia, sobre todo cuando suponía un traslado de voluntarios de una zona al otra del planeta.
Los voluntarios, sugerían subrepticiamente aquellos:
¿no tenían otros fines mucho menos nobles que simplemente resolver una arritmia?
¿Posible que alguien decida irse al otro capo del mundo sólo por eso?
¿Era realmente positivo cambiar el ritmo de un corazón?

La semilla de la duda prosperaba.

Fue entonces cuando aparecieron los casos del Centro especializado Redcor.
Los afectados pronto se asociaron.
Las reuniones se multiplicaron y a estas reuniones empezaron a participar otros personajes que consiguieron por una vía u otra, beneficios o satisfacción personal.

El hombre vicioso es incapaz de vivir feliz, sin atiborrarse de reflexiones parciales que sumergen la visión orgánica del fenómeno.
La visión global del fenómeno se ahoga más pronto en una época de pasaje y de profunda confusión.
Cualquier aparente verdad parcial se asume a emblema del todo.
La situación ha dado la vuelta entera.
Ya no cuenta el conjunto, si no la porción más estridente.

Todo el mundo, presa del pánico, duda que los más agorero puedan tener razón.
El proceso exponencial de difusión y las voces que sobresalen en la denuncia de la ineficacia del sistema sanitario alimentan la convicción de que tienen razón los más pesimistas y crecen sin parar sus adeptos.

Se multiplican los curanderos, los falsos profetas, los apocalípticos.
En una orgía de disparates se dice todo y lo contrario, cualquier elemento se transforma en prueba de la existencia de la que ya se define como la nueva peste.
Nadie se libra de ser en parte responsable de algo.
Como nada es definido, quién tiene voz y habla, puede acusar y acusa.

"Esto está mal"
"el otro también"
" Tu has estado aquí: culpable!"

Al principio no hay condenas reales, más bien se estigmatiza:
"Creíste que el sistema resolvía la arritmia, pero dejaste de preocuparos de los efectos secundarios"
¿quién garantizaba que la arritmia era lo más importante de corregir?
Se puede vivir sin una pierna ¿por que no con la arritmia?

Algunos llaman a la calma: en todo hay momentos de dudas, replanteamientos, corrección, pero el sistema sigue siendo válido, a pesar de los naturales aspectos negativos.
Nada en medicina es fijo y definitivo.

Parece no ser el momento de la cordura.
Hay que denunciar, levantar barricadas, no sirven las medias tintas.
La fase adolescencial del tratamiento acaba aplicándose también por muchos adultos, a destiempo y provoca estragos.

Empiezan a tomarse decisiones drásticas: se encierra en cuarentena cualquier sospechoso.
Se reclaman al poder político leyes especiales.
Se acusa a mucha buena gente de ser blanda en la aplicación de la profilaxis.
Los hijos acusan a sus padres de ser culpables de terribles infamias.
Algunos se suicidan, muchos caen en tremendas depresiones.

Las llamadas a la razón, a la prudencia, a la importancia del saber distinguir la particularidad de cada caso, de diagnosticar individuo por individuo, de prestar atención a los síntomas reales, para no acabar ingresando un ejército de sanos, todo eso cae en saco roto.

Alguien se atreve a decir que no se trata de ninguna nueva enfermedad, que se está haciendo una pelota enorme de señales que podrían haberse interpretado de forma opuesta a la que se ha hecho recientemente.
Que si algo se ha podido curar es la arritmia y que los demás problemas son circunscritos, delimitados y que si ponemos una lupa frente a una hormiga la impresión óptica nos mostrará que la hormiga es enorme.
La respuesta es virulenta, se preparan las primeras hogueras.

Entra en el juego la industria farmacéutica financiando campañas de linchamiento en contra de los "profetas de la serenidad y el sentido común" Estas absurdas palabras ya se pueden utilizar sólo con profunda ironía.

Expertos que exhortan a los grupos de riesgo a rebelarse saltan por doquier, la arena es el mundo entero: "no os dejéis convencer!! no se puede escapar a la enfermedad. Vuestra salud peligra...
Hay que vacunarse!!! "

Pronto empiezan a circular milagrosos o supuestamente milagrosos medicamentos a base de principios activos descubiertos después de, supuestamente, muchos años de investigaciones en países con, supuestamente, grande tradición médica.
La vacuna, todo el mundo teme, se hará esperar.

Los laboratorios productores o que han patentado varios principios activos incrementan enormemente su valor en el mercado.
Raicerol y Biologistán, de la marca Dopoadop; Traumatitazán de la casa Postnatan y sobretodo Traficolín de la poderosa Coralred se dispensan por cualquier médico con una asombrosa facilidad.

Algunos empiezan a denunciar graves efectos secundarios.
Su gritos de alarma son acallados a veces de forma irónica, otras veces de forma violenta.
Pocos se atreven a decir en voz alta lo que les parece poder observar empíricamente en su entorno.
Parece que todo el mundo está enfermo, pero los casos reales ¿cuantos son?

Las autoridades, apoyadas por poderosas Fundaciones que han nacido como setas, deciden cerrar varias revistas, la policía interviene material definido sospechoso.
La asociación "Pro derecho a la felicidad" (PRODEFE) es declarada ilegal por difundir una idea equivocada de la realidad y alejar la única vía posible para la solución de la crisis, es decir la vía farmacológica.

En la sede de PRODEFE se encuentran 2000 cajetillas de pastillas de dudosa procedencia.
Pronto se descubrirá que se trata de los caramelos "Abrazan" prohibidos desde algunos años por su potente efecto adictivo. Toda la cúpula directiva de la asociación es puesta a disposición judicial, se les juzgará por tráfico de substancias prohibidas.

Cuanto a la famosa pastilla "Carignostan" antes vendida conjuntamente con el jarabe "Originre" de la casa "Velacion", también es retirada del mercado. Algunos estudios han podido poner de manifiesto que muchos pacientes han empezado a tomarla sola, sin el otro principio activo.
Aunque no del todo demostrados (en realidad nadie se ha preocupado de realizar un serio estudio epidemiológico) los devastadores efectos sobre el ritmo cardíaco y en definitiva la salud humana "pueden apreciarse a simple vista".
Se prohibe tajantemente su comercialización.

¿Qué pasará después?
¿Qué nos repara el futuro?

Llueve.
Los días son grises, el cielo contaminado.
Un volcán ha entrado en erupción y desde hace meses escupe miles de toneladas de cenizas.
Vientos huracanados hacen su presencia, con relativa frecuencia, en lugares del planeta antes insospechados.

¿Sobreviremos?

;-))


Comentarios

  1. I WILL SURVIVE..........., pq hemos guardado varias toneladas del caramelo y las pastillas.............

    GENIAL ROBERTO!!!!

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  2. EStupendo, que pena que hay gente que no quiera ni caramelos ni pastilas y prefiera lo otro

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