Hace unos días mi cuñada se quedó a comer a casa. Como es de costumbre en esta familia, mi familia, cada uno varía continuamente el horario en el que se alimenta, pica o disfruta de platos, a veces especiales, listos en la nevera, cocinados en el acto por él mismo, para él mismo, para todos los demás, para una parte de los demás. Impredecible. Hace ya tiempo que no consideramos el almuerzo o la cena EL momento de reunión familiar. El desayuno nunca lo ha sido. No es que no pase, que nos encontremos los cinco sentados a la misma mesa y a la misma hora, más o menos, pero, sobretodo en verano, en invierno y, por supuesto, en otoño es anecdótico. Trabajo, estudios, viajes, hasta residencias diferentes... Ese día casi lo conseguimos, en honor a la tía. La mesa estaba puesta para 5+1. Un plato tuvo que volver al armario. La mediana salió escopeteada pidiendo disculpas, tres segundo antes de servirle la comida. Una ineludible labor de consuelo le había sido reclamada con inmediatez por un