Un día cualquiera

Hace unos días mi cuñada se quedó a comer a casa. Como es de costumbre en esta familia, mi familia, cada uno varía continuamente el horario en el que se alimenta, pica o disfruta de platos, a veces especiales, listos en la nevera, cocinados en el acto por él mismo, para él mismo, para todos los demás, para una parte de los demás. Impredecible.
Hace ya tiempo que no consideramos el almuerzo o la cena EL momento de reunión familiar. El desayuno nunca lo ha sido. No es que no pase, que nos encontremos los cinco sentados a la misma mesa y a la misma hora, más o menos, pero, sobretodo en verano, en invierno y, por supuesto, en otoño es anecdótico. Trabajo, estudios, viajes, hasta residencias diferentes...
Ese día casi lo conseguimos, en honor a la tía.
La mesa estaba puesta para 5+1. Un plato tuvo que volver al armario. La mediana salió escopeteada pidiendo disculpas, tres segundo antes de servirle la comida. Una ineludible labor de consuelo le había sido reclamada con inmediatez por una querida amiga que acababa de pelearse con el novio.
La tía estuvo algunos minutos con una mirada algo sorprendida que se movía entre la silla y el plato vacíos y la puerta de casa.
Acabados coles y universidades de la mejor forma posible, reducidas las obligaciones de confinamiento, verano ¡veranooo! se respira ansia de libertad, las chicas salen con sus amig@s y no hay día que vuelvan a la misma hora. Les encanta arrastrarse, cruzando la noche, hasta aquellas horas que se acercan al amanecer, mientras su numeración crece. Cuando no llegan hasta el resplandor oriental, sobre las seis horas. Antes, su padre ya está despierto y al poco rato su madre aparece también para empezar el día con aroma a rico café italiano.
Sólo después de unas cuantas horas de actividad materna, las caras legañosas y las miradas espesas de las chicas hacen compás con el lento y ritmico golpe de chancletas en las escaleras, hasta la cocina, con paradita en el descansillo donde Sam les espera agitando la cola, reclamando con energía su saludo, cómo si no las viera desde hace semanas.
Cariños generosos hacia el peludo. Dificilmente se expresan en las mismas formas hacia su padre. Justo para hacer un ejemplo. Y no será por ausencia de pelo que, a parte en la cabeza, florece cual manto o matorral por todas partes del cuerpo del que escribe. A lo mejor tendría que agitar el culo, tumbarme boca arriba ¿ladrar? Hombre, ladrar alguna vez sí que ladro, pero todo lo demás no me sale espontáneo. Me temo además que si lo hiciera cómo mucho recibiría a cambio unas sonoras carcajadas, un directo "pringao!!" o una mirada de pena...¿lo más probable? Todo eso junto. Caricias y cariñitos lo último, seguro.
Así que nada, a seguir sufriendo.
Mi cuñada en medio de la comida repite una frase que suena familiar. Es un gusto comer aquí. Y me quedo más tranquila. Ver que también a vosotros os dicen de todo es consolador. Lo que me falta es vuestra paciencia.
Paciencia... la sensación y el juicio que derivan de nuestros actos son a menudo profundamente diferentes dependiendo de quién y cuándo los mira y juzga.
Tengo la impresión que mi antaño enorme deposito de paciencia se ha ido vaciando, poco a poco, en estos casi 60 años de vida y mucho más rápidamente en los 20 y pico de ejercicio paternal. Vamos, un pantano después de medio siglo de sequía. Pero algo quedará, si así de contundente lo afirma mi querida cuñada.
La cuestión es también esta: creo que no es necesario, ni oportuno, ser permanentemente pacientes.
Hay momentos en los que hasta convendría no serlo para nada o no tanto. Lo que me pasa es que de vez en cuando me confundo y soy impacientísimo cuando debería ser paciente y en otras exactamente lo contrario. Uno no acierta, aunque se lo plantee. Dijo alguien: sigues mi buenos consejos y no cometas mis abultados errores.
Da gusto invitar cuñadas queridas a comer. A parte las alabanzas hacia los platillos, acabas olvidando el escepticismo integral hacia ti mismo y compartiendo esa mirada comprensiva y generosa, que por supuesto no te mereces.
Generosidad: otro tema caliente, otras dudas: cómo la paciencia ¿se me va agotando?
De la generosidad ya hablaré en otro momento. Antes tendré que invitar otra vez a comer a mi cuñada querida.
Feliz Navidad, pués no, todavía es verano... qué lío.




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