Las cosas cambian

Hace algún tiempo mi padre hablaba, refiriéndose a las niñas, sus nietas, en perspectiva a la empresa que he levantado en estos años, de un futuro para ellas seguro, trazado y como cosa obvia e indiscutible.
Un futuro en el fondo rígido, ya encaminado a encontrar trabajo por el camino abierto, por lo que su padre había ya hecho.
Se sorprendía de mi sorpresa, y yo de la suya.
¿Como es posible confiar en algo así, cuando sus propios hijos habían emprendido un camino del todo diferente, y además lejano?
Ciertos puntos de vista, basados en una tendencia real y natural hace tiempo, arraigada entonces en todo los niveles sociales, pero hoy, en muchas más ocasiones,  ya superada, si queremos utilizar una palabra equívoca, siguen resistiéndose a los embistes de la evidencia.
Cuanto más fácil es en estos tiempos moverse, viajar, conocer lugares y situaciones lejanas.
Pero sobre todo, qué diferencia con esa idea del deber, de la herencia, de un camino trazado...
La familia sigue siendo el eje fundamental de la vida de las personas, pero la palabra familia hoy sobrevive por que ha sabido adaptarse, o la han adaptado, a situaciones y realidades muy variadas.
Si pienso en el futuro que me gustaría para mis hijas, la verdad, no pienso nunca en un o en el trabajo que me gustaría hiciesen, pienso en su felicidad, satisfacción y realización como personas,  y me parece esto tan natural y obvio que tengo que racionalizar los motivos que justifican la existencia de lo contrario.

Las cosas cambian.

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