Día lluvioso, día hermoso.

Felicidades y muy feliz año sin sequía.

La Natura decide, de nosotros y de la población de la Tierra que la acoge. Si seguimos así decidirá prescindir de la plaga más destructiva que ha aparecido en el planeta en millones de años. Está claro.
Para nosotros será un largo sufrimiento, para Ella un chasquido de dedos y adiós.
El cinismo de los que niegan lo que es más que evidente, es fruto de una visión absolutamente egoista de la existencia.
Pump lo tenía claro: yo me voy mañana y vosotros os quedáis con lo que haya, mientras, me lo paso pipa aprovechando al máximo de lo que me apetece, y punto.
El futuro no es cosa mía, repetía Pump. Arreglárosla, si podéis y si no podréis me da absolutamente igual.
Pero llegó el día en el que por mucho gastos que dedicó a protegerse, este no le sirvió para nada.
Una potente borrasca decidió ensañarse en la zona donde se hizo construir una mansión a prueba de todo.
Allí pasaba unos días de descanso. Él decía merecido descanso, sus alegado ponían cara de duda.
El temporal empezó a lo lejos. Hasta le dio tiempo de mandar unas cuantas fotos por twitter,  alabando las maravillas de una Tierra maravillosa, a pesar de los pesados agoreros eco-verdes y quién sabe cuantas más abominaciones.
Resulta que la tormenta descargó con fuerza inusitata justo encima del pantano construido para abastecer su propiedad. Millones de litro de agua desviada de un cauce natural para regar plantas traídas del otro lado del mundo, por deleite de la vista de unos pocos privilegiados.
De la cima de la colina que presidía el pantano, al cabo de unas horas se desprendió una gran masa de tierra. Allí crecían árboles potentes, altos y de madera noble que fueron arrancados y se utilizaron, hasta la última rama, para embellecer la citada mansión.
En la carretera privada se habían plantado otros muchos árboles, para hacer fresco y umbroso el camino hasta la casa.
Un camino que tiempo antes había sido el lecho de un río, lleno de molestas ranas, horribles insectos, millones de fastidiosos mosquitos, de cañas y anguilas, hasta de truchas, pero eso fue mucho tiempo antes.
Nadie se atrevió a contradecir los deseos de aquel prepotente señor. Nadie quiso jugársela con advertencias o consejos. Sobraban. Él lo tenía claro, pues que se hiciese lo que él mandara.
La tierra cayó con estruendo sumergiéndose y levantando una enorme ola de agua que superado el dique se encaminó con alegría hasta la mansión, barriendo por su paso como si de palillos se tratara todos los arboles que flanqueaban el reconstruido río natural.

 La Mansión fue arrasada por las aguas, los árboles arrancados, las piedras, millones de toneladas justicieras que transformaron ese paraíso privado en un montoncito de escombros.
No se salvó nadie, ni nada.
La Naturaleza quiso darnos otra oportunidad, una vez más, a pesar de todo.
¿Sirvió?


China arrozales de Longshen

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